«La ciencia moderna descubre a Dios detrás de cada nueva puerta que abre»
Lo dijo Pío XII en un congreso internacional de hombres de ciencia. Cuando echamos un vistazo al universo, no podemos más que admirar la sabiduría y el genio de Dios como autor de esta máquina colosal. El astrónomo James Jeans lo confirmó cuando dijo que el universo es obra de un gran matemático.
El camino más lógico para llegar a Dios es la fe. Pero la ciencia nos revela cada día otro sendero que confirma la fe. No creemos porque lo diga la ciencia, sino porque Dios nos ha hablado a través de ella. Y es realmente reconfortante que la ciencia moderna confirme cosas que ya sabíamos gracias al don de la fe.
Ciencia y fe: el progreso
El progreso del hombre es un continuo apocalipsis, una continua revelación de verdades mediante la ciencia. Los descubrimientos desvelan, con cada avance, una capa más del ingenio del Creador. Y se van aproximando hacia Su revelación. La ciencia no es una hipótesis de trabajo de cualquier científico que carece de comprobación experimental suficiente.
Estas son pasajeras y se derrumban con facilidad. La verdadera ciencia es inmutable y está en sintonía con Dios. Él lo sabe todo y permite que los hombres se acerquen a ese saber.
Existe un viejo postulado del siglo pasado que opone ciencia y fe. El relampagueante avance tecnológico y los nuevos descubrimientos perturbaron a muchos. Se produjo una euforia colectiva de supuestos iluminados que quisieron arrodillar a la religión frente a la ciencia. Y convirtieron a la ciencia en su dios del futuro, y a la religión en algo superado y propio de sociedades arcaicas.
Siempre han existido hombres así. La historia está llena de ellos. Pero Dios, en su infinita misericordia, les permite expresarse con libertad. Cuando llegue el momento, descubrirán la verdad revelada, se arrepentirán y Él les perdonará. No podemos culpar a los que están equivocados, sólo podemos perdonarlos.
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